
«Aniversario 50 años- ¿Qué hacer con el Estado?» por Miguel Silva
Por: Miguel Silva
Es nuestro deber rescatar la historia de la UP en toda su majestad, y toda su tristeza, frente a las mentiras, calumnias y falsedades de sus enemigos de la derecha, de la Ex-Nueva Mayoría y de sus amigos-enemigos dentro del gobierno actual. Cierto, la organización base de los mil días de la UP es parte de nuestra historia.
Muchos jóvenes hoy desconocen la capacidad de trabajadores y pobladores de tomar control de sus propias vidas. Por eso es nuestro deber rescatar esa historia para enseñarles.
Eso, por un lado. Y por el otro, ya hemos entrado en un período de crisis en el mundo, crisis climática, económica y competencia imperialista global. Y la reacción de la clase capitalista nacional e internacional nos ha dejado claro que soluciones “a medias” no nos sirven durante períodos de gran crisis tales como los años de la UP. Por eso, es nuestro deber ayudar a dejar claro qué tipo de soluciones son necesarias para ganar las crisis. Nos duele todavía reconocer que perdimos en la crisis de 1973, y perder otra vez sería peor aún.
Por ende, es nuestro deber hablar de la solución planteada en la “vía pacífica al Socialismo” chilena, y en otros intentos de gobiernos progresistas, de Lula hace veinte años, de Syriza en Grecia desde 2012, de Podemos en España desde 2015.
Es nuestro deber sacar algunas conclusiones, entonces, sobre el tipo de acciones o ideología que NO nos sirven durante las grandes crisis, y también el tipo de acciones o ideología que SÍ nos sirven.
¡Es más fácil decir, que hacer!
Bueno, en este artículo, el primero de dos, conversemos sobre las soluciones que nos sirven (o no) durante las crisis y en el segundo articulo hablemos de la capacidad de las organizaciones base para dar forma a las soluciones que nos pueden llevar al éxito durante esas crisis.
El problema del Estado
El uso del Estado como serie de organizaciones que garantiza y ordena la explotación de los productores por la clase dominante en cada época, ha provocado violentas discusiones entre los que queremos cambiar este mundo. Fue descrito por Freddy Engels como “cuerpos especializados de hombres armados”, definición ampliada por Gramsci al integrar a ese aparato otras organizaciones de control de la sociedad.
Independiente de la definición más o menos amplia, el Estado es un aparato que garantiza que el control sobre la sociedad permanezca en manos de la clase dominante actual. A veces hace uso de las negociaciones, a veces se impone por la fuerza brutal.
En esos términos los revolucionarios han entendido el Estado, pero con el desarrollo de la democracia parlamentaria, la mayoría de las personas cree que el Estado es un aparato que puede ser imparcial si se lo maneja bien, con cuidado y con inteligencia.
Es decir, si nuestros expertos en las artes parlamentarias se dedican a negociar con los representantes de la clase capitalista en los términos que ellos están dispuestos (u obligados bajo presión popular) a aceptar, el Estado puede servir para ayudarnos a eliminar el sistema que nos explota y oprime.
Los “extremistas” de cada lado, los ultra-derechistas o los ultra-izquierdistas serían los responsables si aquellas negociaciones terminan en un fracaso y enfrentamientos catastróficos. Así piensan los políticos parlamentarios.
Ahora bien, varios de los expertos en las artes de la política parlamentaria han comenzado su vida como dirigentes que pensaban como los “revolucionarios”, pero han terminado creyendo que el Estado es neutral. ¿Por qué así? Porque en su experiencia, han logrado instalar cambios en su debido momento y condiciones, entonces están convencidos que su obra es crear esas mismas condiciones y así habilitar más cambios. Claro que se disfrutan buenas condiciones de vida personales mientras son políticos parlamentarios.
La alternativa a esa política es una visión de una sociedad controlada directamente por las organizaciones base populares, desde abajo. Es decir, un nuevo Estado que tomaría el lugar del estado actual, “destruyéndolo”, por así decirlo. Sobra decir que los políticos parlamentarios no aceptan esa alternativa.
Los revolucionarios tenemos un problema entonces, porque nosotros pensamos en una forma sobre el Estado y la mayoría de la gente tiene opiniones muy distintas. ¿Qué hacemos frente ese problema?
Hay que tomar parte en el sistema parlamentario porque la mayoría de la gente cree en ese sistema, pero con el propósito de convencerlos que la construcción de un nuevo estado de las organizaciones base, de SU nuevo Estado, es la alternativa que deben entender y elegir. Y si fuese posible pasar unas leyes que mejoren las condiciones de vida de la mayoría de la población mientras se haga propaganda contra el sistema, bienvenido sea.
En otras palabras, el parlamento debe ser utilizado por los revolucionarios porque la masa de trabajadores, en épocas no revolucionarias y en democracias parlamentarias, tiene ilusiones en el parlamento y en el potencial de la reforma parlamentaria. Esto hace que los parlamentarios sean tribunos importantes para el socialismo, y que el parlamento y las elecciones sean plataformas útiles para los revolucionarios.
Claro, los revolucionarios que se presentan al parlamento en tiempos no revolucionarios deben ser honestos sobre su política. Deben decir públicamente y abiertamente que son revolucionarios en el parlamento, que creen en la revolución y que saben que las reformas son parte del camino hacia esa misma revolución. Deben defender un «programa mínimo», que interactúe con las luchas de masas para lograr reformas de gran alcance que empiecen a empujar contra la lógica del sistema capitalista. A medida que avance la lucha, este programa aumentará en radicalismo.
Pero claro, no es fácil negociar reformas dentro del parlamento y afirmar que su organización no cree en el parlamento. La clave de esa política, creo, es que las reformas se deben enganchar con las luchas sociales y políticas fuera del parlamento, y no ser un “invento” de tal o cual iluminado revolucionario.
Evidentemente, ese programa no debería incluir el apoyo a medidas con las que los revolucionarios no podrían estar de acuerdo, como la imposición de controles de inmigración contra los migrantes, por ejemplo.
En fin, el objetivo final de los revolucionarios es disolver el parlamento, como parte de un derrocamiento revolucionario de la clase capitalista y sus instituciones, sustituyéndolo por una forma de democracia mucho más rica. Esta nueva forma de democracia nacería de la lucha de masas, que, en sus momentos altos, podría crear organismos de tipo soviet.
Así la situación, vamos a echar un vistazo a unos ejemplos conocidos cuando revolucionarios y no-revolucionarios han tomado parte en la política parlamentaria, para decidir cuándo ese tipo de actividades nos sirve (o no) en la lucha.
Las condiciones de la lucha
Una vez terminada la terriblemente oscura década de los 80’, las condiciones de la lucha comenzaron a cambiar. A pesar del hecho que los capitalistas del mundo seguían con sus ataques a las mejoras sociales ganadas por los trabajadores en años anteriores y la ola de austeridad bajo las nuevas condiciones de globalización sumaba y seguía, había luchas y éxitos.
En América, sigue creciendo el MST desde 1985 y las luchas sindicales en Brasil.
Hay elecciones en Chile, desde 1989.
Hugo Chávez comenzó su carrera política en 1992 para ser elegido en 1998.
Los campesinos de Chiapas levantaron la organización zapatista en 1994.
Se formó el MAS en Bolivia en 1997. Florecieron las luchas de base contra el control por empresas multinacionales sobre el agua (desde 2000) y el gas (desde 2003) y Evo Morales fue elegido en 2005.
Entra en crisis la economía de Argentina en 2001 y florecieron las organizaciones territoriales de barrio y los Piqueteros de cesantes.
Lula fue elegido como candidato del PT en 2003.
Y en Europa y Norteamérica, nacen movimientos contra la globalización y las guerras en Irak y Afganistán.
Se nota que la mayoría de estas luchas NO comenzaron como un proceso electoral. Es decir, que las luchas sociales hicieron posible la elección de representantes parlamentarios – en uno u otro sentido – de la lucha. Es decir, en una forma u otra, las campañas electorales reflejaban las luchas sociales.
Por su parte, los partidos tradicionales tipo progresistas a veces reaccionaban en favor de estos nuevos movimientos, a veces no, Pero al enfrentar las crisis económicas de 1998, 2001 y 2008-9, por lo general, en vez de radicalizarse, adoptaron una política más conservadora.
Así las cosas, se abrió un espacio a la izquierda de los partidos tradicionales, que podían utilizar tanto organizaciones que querían romper todo el sistema, como aquellas que querían utilizarlo para hacer cambios dentro del sistema.
El debate de “reforma o revolución” volvió a ser vigente, otra vez.
El gobierno de Lula, 2003
Lula pasó años como dirigente de base en las luchas sindicales de la industria metalmecánica de Sao Paulo, pero llegó a entender que, para formar un gobierno, su partido de los trabajadores PT tendría que formar una coalición parlamentaria. Es decir, llegó a elegir entre la óptica revolucionaria y la óptica parlamentaria para entender el Estado.
Es decir, Lula y el PT llegaron al parlamento pensando que la obra revolucionaria era parlamentaria y fue ese mensaje el que transmitían a los cuatro vientos.
Al asumir su primer gobierno en 2003, Lula sostuvo que “Es absolutamente necesario que el país vuelva a crecer, generando empleos y distribuyendo renta (…) mi compromiso con la producción, con los brasileros y brasileras, que quieren trabajar y vivir dignamente del fruto de su trabajo (…) crear empleo será mi obsesión”.
En otras palabras, el “programa mínimo” de Lula era un proyecto de desarrollo económico.
Para avanzar en ese camino, el PT se inclinaba por la articulación con el mercado global, se inducía la inversión privada, democratizaba el acceso a crédito y promovía políticas de transferencia de renta. El Estado, en este sentido, buscaba el crecimiento económico y regulaba una economía abierta al mundo.
El pacto social necesario para implementar ese plan de desarrollo “será, igualmente decisivo para viabilizar las reformas que la sociedad brasileña reclama y que yo me comprometí a hacer: la reforma de la Previsión, reforma tributaria, reforma política y de la legislación laboral, además de la propia reforma agraria. Ese conjunto de reformas va a impulsar un nuevo ciclo de desarrollo nacional. Instrumento fundamental de ese pacto por el cambio será el Consejo Nacional del Desarrollo Económico y Social (…) reuniendo empresarios, trabajadores y líderes de los diferentes segmentos de la sociedad civil.”
En la práctica, en el intento de avanzar con esa política, el PT inició un proceso de transformación en un partido muy similar a la media del panorama político brasileño, ofreciendo cargos ministeriales a cambio de apoyo político en el Congreso… y la creciente participación de las grandes empresas y sus objetivos.
Lula y el PT estaban obligados a formar una coalición y entrar en negociación permanente con partidos amigos y enemigos, para crear las condiciones necesarias para su proyecto de desarrollo.
El proyecto, por lo tanto, no era uno de rompimiento con el capitalismo, sino del uso del sistema en condiciones de crecimiento.
Y de verdad, la estabilidad política alcanzada bajo el liderazgo de Lula en 2002 se derivó de las condiciones económicas que permitieron el aumento de la tasa de ganancias para sus aliados empresarios, el aumento en los sueldos reales y bonos para sus bases sociales y recursos para pagar la deuda pública y privada.
Durante un periodo, al comienzo de los gobiernos del PT, los precios de las materias primas aumentaron un 135% entre 2002 y 2007 según la FMI; el PIB real creció un 4% anual entre 2002 y 2010 y los sueldos reales aumentaron un 30% entre 2000 y 2014. Como consecuencia, los gobiernos de Lula tenían cómo rescatar parte de la población de la pobreza en que sobrevivían.
Pero el fin de la bonanza de las materias primas en 2014 dio lugar a una reacción de los sectores capitalistas para recuperar la rentabilidad, la alianza política se disolvió y tomó su lugar el pleno neoliberalismo de la derecha radical reorganizada por Bolsonaro.
Ahora bien, sin una coalición parlamentaria el PT no podía hacer uso de las herramientas económicas del Estado. Esas herramientas funcionaban bien durante el período del boom de las materias primas, pero una vez terminado ese período la alianza colapsó porque cada sector tenía intereses propios distintos. Es decir, la utilidad del Estado y el consecuente éxito del gobierno y su proyecto dependían de las condiciones económicas vigentes.
En otras palabras, la “Reforma” (es decir su interpretación de “Revolución”) que implantó Lula fue contra la corriente neoliberal, pero era exitosa solamente bajo condiciones del éxito del capitalismo brasileño. Se acabaron los gobiernos del PT de esa época cuando se acabó el boom de las materias primas en 2014.
Syriza (o coalición de izquierda radical), Grecia 2004 en adelante
Syriza se fundó en 2004 como una coalición de grupos ya existentes, en cuyo centro estaba Synaspismos, que había surgido de las dos alas del Partido Comunista de Grecia. La crisis de la eurozona que estalló a partir de 2010, y la intensa lucha de clases que le siguió, dejaron en el suelo la antigua formación socialdemócrata, el PASOK, que había estado en el poder desde 2009, y crearon el espacio para que Syriza ampliara su apoyo.
Syriza inicialmente fue fundado como una coalición de varios grupos (trece en total) y políticos independientes de una amplia gama de tendencias dentro de la izquierda entre las que se encontraban los partidarios del socialismo democrático, ecologistas de izquierda, marxistas-leninistas, maoístas, trotskistas y eurocomunistas, además de euroescépticos.
Pero, en 2012, cuando Syriza se convirtió en el principal partido de la oposición en el Parlamento, un portavoz del partido declaró sin rodeos: «No podemos hablar de la misma manera que cuando teníamos el 4% de los votos ahora que tenemos el 27%».
Es decir, los dirigentes de Syriza ya habían elegido entre las dos ópticas sobre el Estado que discutimos antes y estaban dispuestos a negociar para ganar su puesto en la política parlamentaria.
Lograron mucho éxito en esos términos. Con 71 escaños, SYRIZA fue el principal partido de la oposición en Grecia entre 2012 y 2014, y Aléxis Tsípras, su líder, fue de enero a agosto de 2015 el primer ministro heleno, y nuevamente desde el 21 de septiembre, tras la victoria de SYRIZA en las elecciones parlamentarias de Grecia de septiembre de 2015, también lo fue.
En fin, Tsípras se convirtió en la primera figura (desde hace muchos años), de un partido situado a la izquierda de la corriente socialdemócrata mayoritaria en ganar el liderazgo de un país de Europa Occidental.
¿Cómo reaccionaron la mayoría de los revolucionarios? Un marxista bien conocido dentro de Syriza, Stathis Kouvelakis, planteó que debían «tomar el poder mediante elecciones, pero combinándolo con movilizaciones sociales» y «rompiendo con la noción de doble poder como un ataque insurreccional al Estado desde fuera, porque el Estado tiene que ser tomado desde dentro y desde fuera, desde arriba y también desde abajo».
En fin. para millones de personas, el éxito de Syriza probó que era posible ganar elecciones con una política más a la izquierda que lo de siempre. Una ola de esperanza recorrió las calles de Europa.
Y muchos revolucionarios volvieron a creer que la obra parlamentaria podía traer movilizaciones sociales consigo.
Mientras tanto, el capitalismo griego y las instituciones más amplias del capitalismo europeo presionaron al nuevo gobierno de implementar un plan de austeridad. Tsípras llamó a un Plebiscito sobre las demandas que los bancos europeos querían instalar. La gran mayoría de la población votó “NO”, pero acto seguido, Tsípras aceptó los términos de la austeridad y los implementó.
Su imposición del programa de austeridad exigido por los acreedores de Grecia provocó protestas en la izquierda de su partido y fue derrotado en las elecciones parlamentarias de 2019, pasando a liderar la oposición. Y al final, en las elecciones del mes de junio 2023, Syriza ganó menos que 5% de los votos y Tsípras renunció como presidente del partido.
La gran pregunta es, entonces, ¿por qué Syriza implementó el acuerdo de austeridad exigido por los bancos?
Y la respuesta es que, para enfrentar ese acuerdo y respetar el voto de NO en el plebiscito, habría que enfrentar a los bancos europeos. En la práctica, habría que sacar el control de los bancos en Grecia de las manos de los bancos y las autoridades europeas. Y esas medidas habrían sacado Syriza del ámbito parlamentaria de negociaciones.
En otras palabras, la decisión tomada durante sus primeros años de elegir la óptica “parlamentaría” sobre el Estado y concentrar sus esfuerzos en las negociaciones con los bancos y burocracia europeas (y desvincularse de las movilizaciones sindicales y antifascistas en las calles), llevó Syriza a su propia desaparición. El precio de entrar en el juego parlamentario fue la destrucción de su base popular.
Podemos, España, 2012 en adelante
Podemos nació a consecuencia de la ola de manifestaciones y tomas de las plazas por los “indignados” en 2011. Fue controlado al principio por “círculos” territoriales e insistió que no iba a compartir espacios con la “casta política” del país.
Como partido, en los primeros veinte días que permitió su inscripción, reunió más de cien mil miembros, convirtiéndose en el tercer partido en número de afiliados y luego alcanzaba el segundo lugar, con más de doscientos mil.
Mientras tanto, el nivel de las luchas en la calle bajaba, tomando su lugar el nuevo partido.
En 2014 llegó a aparecer como el primer partido del país en intención directa de voto, según las encuestas. Y en las elecciones generales celebradas el 20 de diciembre de 2015, las listas presentadas por Podemos para el Congreso de los Diputados, solo o en coalición con otras formaciones políticas, obtuvieron el 20,68 % de los votos y 69 diputados en el conjunto del Estado.
En fin, Podemos alcanzó un crecimiento fenomenal, pero ¿cómo iba a avanzar para eliminar la “casta política”?
En ese sentido, en el año 2016, uno de sus dirigentes centrales, Pablo Iglesias, insistió que “las cosas se cambian desde las instituciones… Esa idiotez que decíamos cuando estábamos en la extrema izquierda, que las cosas se cambian en la calle y no en las instituciones, es mentira “.
Habían tomado la decisión consciente de NO hablar de cambios revolucionarios
Es decir, insistió en dejar claro que Podemos ya había elegido entre las ópticas sobre el Estado que conversamos al principio y en vez de hablar tanto en contra de la clase política, Podemos comenzó a plantear y apoyar “propuestas programáticas de corto plazo”.
Esas propuestas eran su “programa mínimo”, sin embargo, para avanzar con su implementación, en 2019, Iglesias abogaba por una «coalición progresista» con el Partido Socialista Obrero Español, la principal fuerza socialdemócrata del país. Esta coalición entró a gobernar a principios de 2020.
En otras palabras, Podemos estaba en el Gobierno junto a un partido al que antes había enseñado a sus seguidores a despreciar como parte de la «casta política».
¿Por qué Podemos abandonó su política inicial de rechazo a la “casta política”?
Y la respuesta es que, una vez tomada la decisión de entrar al mundo de la política parlamentaria para “enfrentar” a sus enemigos de la casta política, estaba obligado a aceptar sus reglas y negociaciones.
Hemos visto en los casos de los gobiernos de Lula y Syriza, y también con Podemos, que el costo de NO declarar claro que su llegada al parlamento era una obra diseñada para romper el sistema, trajo consecuencias fatales para su proyecto.
En el caso de la UP, muchos de los cientos de miles de sus militantes pensaban que su política de la “vía chilena” fue REVOLUCIONARIA. Salvador Allende hablaba del socialismo públicamente y abiertamente.
¿Pero no deberíamos reconocer que los millones de personas que, al principio, apoyaron a Lula, a Syriza y a Podemos TAMBIEN pensaban que apoyaban a la revolución, en una u otra manera?
La UP 1970 en adelante
Podemos entender la estrategia de la UP muy bien a través de algunas palabras de Salvador Allende en su primer mensaje al Congreso:
“En el plano económico, instaurar el socialismo significa reemplazar el modo de producción capitalista mediante un cambio cualitativo de las relaciones de propiedad y una redefinición de las relaciones de producción. En este contexto, la construcción del área de propiedad social tiene un significado humano, político y económico. Al incorporar grandes sectores del aparato productor a un sistema de propiedad colectiva, se pone fin a la explotación del trabajador, se crea un hondo sentimiento de solidaridad, se permite que el trabajo y el esfuerzo de cada uno formen parte del trabajo y del esfuerzo comunes…
El aparato estatal ha sido usado por los monopolios para desahogar sus angustias financieras, obtener apoyo económico y consolidar el sistema. Lo que caracteriza hasta ahora a nuestro sector público es su naturaleza subsidiaria de la actividad privada. Por eso algunas empresas públicas acusan déficits globales importantes, mientras otras son incapaces de generar excedentes de igual magnitud al de algunas empresas particulares…
Por lo tanto, es preciso ampliar la propiedad social y construirla con una nueva mentalidad. Las expropiaciones de los medios de producción más importantes permitirían lograr el grado de cohesión del aparato público imprescindible para los grandes objetivos nacionales. De ahí que uno de los criterios generales para definir el área de propiedad social es la necesidad de concebirla como un todo único, integrado, capaz de generar todas sus potencialidades en corto y mediano plazo..
El establecimiento del área de propiedad social no significa crear un capitalismo de Estado sino el verdadero comienzo de una estructura socialista. El área de propiedad social será dirigida conjuntamente por los trabajadores y los representantes del Estado, nexo de unión entre cada empresa y el conjunto de la economía nacional. No serán empresas burocráticas e ineficaces sino unidades altamente productivas que encabezarán el desarrollo del país y conferirán una nueva dimensión a las relaciones laborales.”
Por su parte, según Gonzalo Martner, economista de la UP planteó que:
“En resumen, en la «economía de transición», el pueblo controla los medios de producción básicos (la industria pesada, el monopolio industrial y comercial, la propiedad en manos del capital imperialista etc.), pero no controla todos los medios de producción (es decir, subsisten los pequeños y medianos productores)… Cuando el poder de los trabajadores se consolida, el Estado puede modificar las relaciones de producción y de propiedad, y cambiar el dinamismo del proceso revolucionario en la dirección del socialismo.”
Es decir, el Área Social puede llegar a controlar toda la economía una vez que el poder de los trabajadores se consolida. ¿Y cómo se mide esa consolidación?… cuando el gobierno es muy fuerte y puede controlar el proceso parlamentario sin mayores negociaciones.
Las condiciones necesarias para el fortalecimiento y éxito del gobierno de la UP eran que NO se fortaleciera la derecha. Es decir, que la derecha siguiera dividida entre sus varias corrientes. Y para no provocar la unidad de toda la derecha, había que ejercer un elemento de autocontrol en las luchas.
En otras palabras, los movimientos fuera del parlamento deberían respetar la obra de la UP dentro del parlamento.
Está bien, en todos los movimientos se espera que las bases respeten a sus buenos dirigentes. O los cambien.
Sin embargo, el gobierno aplicaba el autocontrol también sobre sus propias acciones, quedándose algo paralizado en unos momentos. En esas situaciones… con el gobierno inactivo, ¿cómo deberían reaccionar las organizaciones base?
¿Debería esperar el fin de la paralización gubernamental, o debería levantar nuevas organizaciones capaces de llenar el vacío que deja la inactividad del gobierno?
Bueno, conocemos la respuesta. Fueron varios los tipos de organizaciones del poder popular que llenaron el vacío creado por la inactividad del gobierno. Los Cordones industriales, por ejemplo, nacieron para enfrentar los patrones (o ausencia de patrones cuando abandonaron sus medios de producción), durante el Paro Patronal de octubre 1972 y se reactivaron cuando el gobierno intentó obligar a los trabajadores a devolver sus lugares de trabajo tomados y fuera del Área Social. Reaccionaron con fuerza frente al tanquetazo de junio 1973.
Ahora bien, muy pocos en el gobierno pensaban que la obra del control sobre el Estado debería caer en las manos de las organizaciones de base en procesos de lucha. No podían imaginar cómo las organizaciones de base podían comenzar a tomar el lugar y disolver esos sectores del Estado.
Y la mayoría de los dirigentes de los Cordones, por ejemplo, aceptaban que el gobierno tenía su obra, su cancha — de mandar el país — y los Cordones tenían sus propias responsabilidades – de organizar a nivel comunal.
No entró en la mente de casi nadie que, por ejemplo, que las JAP podían tomar control directo de la distribución desde abajo, que tribunas populares en las comunas podían controlar la justicia, que los Cordones industriales podían controlar el proceso productivo independiente de la burocracia del gobierno.
La política en esas condiciones nace de la óptica que cada dirigente u organización tenga sobre el Estado y el socialismo. Volvemos a las dos ópticas que discutimos al principio.
Las Conclusiones
Los partidos (o movimientos o individuos) que NO se declaran revolucionarios abiertamente y públicamente y que su obra en la creación de un NUEVO Estado al entrar a la arena parlamentaria, o que basan su programa mínimo en el éxito su economía capitalista, o que limitan su accionar a la cancha definida por las negociaciones entre las clases, terminan perdiendo.
Esa es la conclusión que podemos sacar de los proyectos y acciones de estos cuatro ejemplos de política parlamentaria que hemos descrito.
¿Qué podemos opinar sobre el gobierno de Gabriel Boríc y el Frente Amplio, entonces?
Que llenó el vacío creado por el debilitamiento de los movimientos sociales de octubre durante el COVID, pero que se desvinculó de la obra de la reconstrucción de los movimientos base, porque NO declaró claramente que esa obra era, para ellos, MÁS importante que las negociaciones parlamentarias.
Su “programa mínimo” debería haber sido la reconstrucción de las organizaciones base y no la obra de reformas legales “en nombre de” esas organizaciones debilitadas y frágiles.
Su obra hoy es la política parlamentaria desvinculada del activismo directo en las bases. Por ende, no sirve mucho como herramienta útil en esa obra.